Apreciados señores Xavier Domènech y Lluís Rabell,

Últimamente cuando les escucho o leo me viene a la cabeza, de forma inevitable, Gabriel Bagradian.

Hace poco tiempo tuve la suerte de poder leer uno de los clásicos de la literatura de primera mitad del siglo XX, “Els quaranta dies del Musa Dagh” de Franz Werfel*. Lo recomiendo fervientemente a todo aquél que caiga en esta página. El contexto: Turquia, bajo mando de los recién ascendidos Jóvenes Turcos. Primera guerra mundial. Genocidio armenio.

El relato que nos traslada Werfel, basado en hechos reales, se centra en la figura del armenio de nacimiento y destacado militar del ejército otomano Gabriel Bagradian. No quiero extenderme en el argumento de la novela, quien lo desee que la lea. Me interesa mucho más la evolución psicológica del personaje principal.

Joven armenio en el momento de la toma de poder de los “Jóvenes Turcos” (1909), Bagradian adopta como propias las nuevas ideas revolucionarias que estos transmiten, basadas en un nacionalismo turco cercano inicialmente a las minorias nacionales del país y cierta laicidad o libertad religiosa centrada básicamente en la separación ley-religión.

Aun perteneciendo a una nación, la armenia, desde siglos oprimida dentro del Imperio Otomano, Bagradian adoptará como propios los aires de cambio que llevan implícitas las ideas revolucionarias sobre las que se sustenta la ideología de los Jóvenes Turcos. Será su forma de apostar por una nueva manera de enfocar el mundo y su territorio, dando valor a la propia realidad nacional armenia dentro de otra realidad nacional turca mucho más potente, que en ese momento parecerá ser conciliadora con las minorías.

Su implicación en el proyecto será tal que incluso cursará una destacada formación militar turca, antes de trasladarse a vivir a Francia donde se involucrará en círculos intelectuales (turcos y armenios), admiradores todos de la revolución. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el sentido de la responsabilidad lo llevará a volver a su patria para ponerse a disposición del Ejército Turco.

Pero ya han pasado unos años después de la Revolución y la toma de poder y el gobierno de los Jóvenes Turcos demostrará que tiene otros planes para el pueblo armenio…

Aunque volvamos al personaje. Un Bagradian recién retornado a su Armenia natal, aún confía en el cambio generacional que representaban los Jóvenes Turcos pocos años atrás. Y esa confianza en los valores de la Revolución la traslada a su entorno y a todo aquél que quiera escucharle, propio o extraño. En sus pláticas destacará constantemente el espacio común que une a los dos pueblos, así como la fraternidad que debería extenderse entre ambos, entendida como sustento principal con el que alimentar la relación.

Ruego me permitáis que tome ciertas licencias históricas para ejemplificar aún más su forma de pensar en esos instantes. En mi fuero interno, gusto de imaginarlo reprochando altivamente a los habitantes de su población natal la falta de fe en la ley turca, a la vez que atacando a los dirigentes armenios por su incapacidad, seguramente interesada, de tejer esos imprescindibles puentes fraternales con el estado turco.

Bagradian pertenece a una familia de ricos comerciantes armenios. Goza por este hecho de cierto respeto entre la población de su villa natal. Me lo imagino -sigo con mis licencias- ante el silencio de la masa, ofrecido altruistamente tanto por su reputación como por la percepción que, de forma imminente, se dispone a iniciar un importante discurso. Su lento ascenso por la escalinata del acceso principal a la iglesia, ubicada justo en el centro natural del pueblo, así lo confirmará. Y una vez conseguido el efecto tendiente a místico de la puesta en escena, casi le oigo interpelar con altivez a los jóvenes armenios, quienes se concentran de forma regular, también en el centro del pueblo, para protestar con vehemencia por la represión turca, dirigiéndoles palabras similares a estas:

“Debéis entender que la vida es dura. Pero aprenderéis a sufrir, como lo hice yo. Y aprenderéis a hacerlo en silencio para NO TOCAR LOS COJONES” […a aquellos que són más listos que vosotros y saben cómo funciona el mundo].

Lo veo añadir que la culpa de todos los enfrentamientos es en realidad de avaros burgueses (armenios) y nobleza envilecida (armenia), que buscan camuflar sus fechorías corruptas tras la cortina de humo de una bandera tricolor (armenia). Clases estas, por cierto, que son las que históricamente han maldado por repartirse las migajas que llegan del gobierno turco. Y que, por lo tanto, resultarán ser de forma mayoritaria los más colaboracionistas con las autoridades opresoras en los momentos de “excesos”.

Continúo -voy lanzado-. Visualizo a Bagradian esgrimiendo diatribas sobre la igualdad de las clases populares, campesina principalmente, que a su entender no debería dejarse engañar por nacionalidades ni patrias, porque vienen siendo explotados de forma continuada por la clase dirigente. Que, dicho sea de paso, los Jóvenes Turcos han venido a derrotar. Pide confianza en esta nueva clase dirigente, capaz de dejar atrás prejuicios por lugar de nacimiento o religión. Pero, mientras ejecuta su discurso, ignora -o no- que habla en nombre de la misma población campesina turca que espera ansiosa, apostada a las afueras del poblado, la deportación de todos los habitantes (armenios) para poder apropiarse de sus viviendas (armenias) y enseres (armenios).

En fin, pongo el freno a las licencias. En esa época y en ese lugar, digamos que no se andaban con sutilezas, y menos los turcos, de modo que rápidamente Bagradian pudo probar hasta qué punto se equivocaba. Y asumió su error. Y se tiró al monte. No buscó acuerdos fraternales que sabia que no iba a obtener. Decidió resistir, luchar por la supervivencia de su pueblo. Y… bien, leed el relato para conocer el final.

La cuestión principal radica en una idea implícita en el libro que ejerce de columna vertebral argumental:

“Una nación opresora ultranacionalista nunca esgrimirá argumentos de libertad hacia una nación a la que esté oprimiendo”.

Punto. De hecho, si lo miramos fríamente, no tiene porqué hacerlo, ya que en el fondo los derechos de la nación oprimida le importan una (soberana, eso si) mierda. Solo importa el rendimiento material y/o psicológico que puedan extraer de ella.

Y mientras dure la opresión, el ciclo histórico en el que se situará la nación oprimida fluctuará entre ciertas épocas de libertades superficiales ofrecidas a modo de buena voluntad cuando los dirigentes de turno del Estado entiendan que pueden concederlas por la debilidad de la situación coyuntural en la que globalmente se encuentra la nación oprimida; y la represión desenmascarada ejercida sin tapujos ante cualquier excusa que sirva para justificar excesos. Porque el recurso de cargar las culpas a la nación oprimida siempre da muy buenos resultados, también entre las clases populares de la nación opresora.

Es por eso que la nación oprimida tiene la obligación moral de liberarse, no solo por responsabilidad respecto a la propia población, sino tambien para evitar ser constantemente la excusa con la que la nación opresora justifique sus excesos, dirigidos tanto hacia su propia población como hacia la población de la nación oprimida.

Es en ese punto que descubrimos como la comprensión de la situación golpea fuertemente el idealismo de un Bagradian que, haciendo un gran esfuerzo, consigue asimilar hasta qué punto está equivocado. Siendo así, interioriza que cualquier intento de negociación con una nación opresora debe realizarse DESPUÉS de la resistencia y, a ser posible, liberación, de la nación oprimida. Pero sobre todo y fundamental: comprende que cualquier intento de convencer a sus conciudadanos de lo contrario (o de algo sustancialmente distinto), simplemente será una TRAICIÓN tanto a si mismo como a los demás.

La única cuestión ahora, la que nace de forma natural cuando llego a este punto del escrito es, señores Domènech y Rabell, la conclusión en la que se sitúa mi humilde misiva: en qué momento interiorizarán que deben cejar en su intento de intentar transmitir una alternativa inviable, asumiran el error de una argumentación absolutamente inconsistente en este punto del relato y DECIDIRÁN RESISTIR, ya sea desde el mismo Istanbul o acompañándonos en la penurias a las que nos veremos sometidos sin tregua aquellos que nos concentremos a lomos del Musa Dagh.

Porque será en ese punto cuando la historia dirima si la balanza debe desplazarse hacia el lado de la libertad o la opresión.

De la heroicidad… o de la traición.

*Els quaranta dies del Musa Dagh, de Franz Werfel. EDICIONS DE 1984, 2015